Sonaban campanas de difuntos, a mi me pilló por sorpresa, tan guapo, tan joven, apuesto, dinámico y con dinero, todo hay que decirlo. Llegué a mi trabajo y fue cuando me enteré, en lo mejor de la vida y con dos hijos y ella, su viuda, no tenía aún treinta años, qué crueldad, arrebatarte a tu esposo en lo mejor de la vida, un matrimonio muy ejemplar, buen padre, amantísimo esposo y tres viudas, sí afirmativo, tres viudas en el cortejo fúnebre y no iba a ser para menos. La primera era la madre de sus dos hijos y fiel esposa, la de los domingos, días de misa y fiestas de guardar, la que le planchaba la ropa, cosía, cocinaba y cuidaba cuando el enfermaba, la de las vacaciones y fotos con marco de plata, su amada esposa y fiel compañera, ella que le esperaba despierta todos los días hasta aquel fatídico día que un accidente le segó la vida y se lo arrebato.
La segunda conocida por todos, su novia, eso era lo que ella soñaba y decía, que se habían prometido y que él iba a dejar a su familia y casarse con ella, la que lucía un anillo de compromiso con aires de Dama creyéndose todo tipo de patochadas y lo peor, difamando a la esposa de su amante.
La tercera en discordia era una chalada que le seguía a todas partes y él que era joven, guapo he insensato todo hay que decirlo, no sabía despreciar tales carantoñas de todas las mujeres que a su paso se cruzaban. Delante el féretro y el cura rezándole; Miles de flores de muchos lugares y cientos de personas.
El difunto y su familia de linaje popular era respetada y muy querida en dicho lugar. Solo de una de las empresas familiares más de un centenar acudieron al sepelio, todos de riguroso luto era lo que se llevaba, el luto en la ropa y la ironía y el sarcasmo en los andares. La comitiva fúnebre dejaba un lugar para los familiares y a corta distancia y empujando, el resto de personajes. Su esposa muy deteriorada y cansada, agarrada y en volandas la llevaban sus familiares, no levantó la cabeza ni fuerzas tenia para llorar, su mirada perdida y su mente, a saber lo que por su mente pasaba, todos callados, nadie dijo nada, no era ni el momento ni el lugar para inmoralidades .
-¿O sí? - La del anillo se abrió paso entre la multitud y cubría su cabeza con un tul negro como si de su marido se tratase y lloraba a moco tendido ¡Ay! Qué pena más grande, que va ser de mi ahora sin mi amado, su billetera y el piso que el pagaba religiosamente desde hacía tres meses, ¡Ay! Qué desdicha más grande.
La tercera se desmayó, su dolor no iba a ser menos grande, que lo vieran todos y dieran cuenta que ello, la tercera viuda como las demás, sufría aún más si cabe. Y allí me encontraba yo entre los familiares, siendo novia del primo del difunto ahora puedo y doy fe de lo que aconteció aquella sombría tarde, que ni los valores morales, ni el respeto a los vivos que allí sufrían por la pérdida de un hijo, hermano, esposo y padre y como si una obra de teatrillo se montara tal drama dando lugar a un redoble de campanas de cortejo fúnebre lleno de mofa e historia que ahora tengo a bien relatarles.
Acabada la misa llegó el último momento, el del adiós para siempre alma mía, y tras una losa y cemento allí quedo el cuerpo sin vida de aquel joven y apuesto caballero que no dejó una viuda siendo tan joven, dejó tres en su despedida. Su joven amada y fiel esposa, y como no…. -“Aquellas dos víboras”. -
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