Las sábanas de mi abuela.( Cartas a Fernando)


Marché muy nerviosa para casa, con el alma llena de angustia en silencio, con la cabeza agachada y lo vi con mis propios ojos sin que nadie me lo contase, a pesar de que  mis amigos lo sabían y lo hablaban a mis espaldas, yo no lo sabía,
quizás mi corazón tenía un pálpito.

Y allí estaban los dos en mi cama, él haciendo lo único que sabía, porque trabajar, eso no se le daba nada bien siempre con problemas en todos sus trabajos.

Mis sábanas eran blancas de encaje, eran de mi abuela, un regalo que me hizo con todo el amor del mundo mi tía, ella las tenía como oro en paño ya que eran de su “ajuar” hechas con toda devoción por su madre “mi abuela”, para el día que  ella se casase, cosa que no ocurrió así, y se quedó soltera y eran como joyas, heredadas de madres a hijas para hacer el amor con la persona elegida, la amada, eran signo de pureza por eso eran blancas, de delicada belleza, los encajes también estaban hechos a mano, con tanto amor, con sublime cuidado, hilo a hilo tejido a mano.

Y qué asco me dio, visualicé todo en escasos segundos, copas de champaña en la mesilla y una rosa roja, casi me desmayo, sentí un dolor muy profundo en el estómago, sentí tanto asco como ira, pero templé mis nervios y con la voz temblorosa pero firme les grité¡¡fuera de mi casa!!; Y a él, le miré con la misma rabia que me miraba él, por mis mejillas empezaban  a caerme las lágrimas ella no tardo ni cinco minutos en salir por la puerta, y él pretendía hablar, así que con más ira si cabe.

Volví a gritar ¡¡fuera de mi casa de una puta vez!! ¡¡Fuera!! señalando con mi mano la salida, empecé a deshacer mi cama, con mucha, muchísima rabia, ira, si en ese momento tuviese un pico tiraría la pared de mi habitación  la haría añicos tenía una fuerza desproporcionada, era como si de dentro de mí hubiese otra persona, quería morirme y a la vez empecé a sacar toda su ropa del armario y la lanzaba con fuerza contra la pared de mi habitación, pensé que así rompería todo lo que tenía que ver con él.


Sabía  que era el principio de un final muy doloroso, que solo me dolería a mí, me humillo de tal forma que creí volverme loca y su arrogancia metiendo a otra mujer en mi cama. Él sabía que mi cama era sagrada, de eso habíamos hablado muchas veces y sabía que no habría perdón, estaba en una nube con la tormenta a punto de estallar en mi cabeza, lo peor de todo es que no se lo podía contar a nadie, era mi humillación y mi vergüenza, no es fácil contar esas cosas tan intimas a nadie, sin sentirte de nuevo humillada, y pagaría con mi dolor tal terrible vergüenza. Él acababa de dañar mí alma para siempre, y esa herida yo sabía que jamás cicatrizaría.

Me  fui al baño y empecé a devolver el dolor del estómago se acentuaba cada vez más, era como si me atravesase una daga, la cabeza me palpitaba me toque la frente ya empezaba a subirme la fiebre, muy despacio fui andando por el pasillo arrastrando los pies para el salón y me acurruqué en el sofá, sólo quería dormir, nada más, pensaba que al despertarme igual todo había sido una pesadilla, un mal sueño pero yo sabía que en ese momento solo quería soñar que soñaba. Pero era la cruel realidad de la vida, no era ni la primera ni la última, así que bienvenida al club me dije, no sé que me dolía más si la infidelidad,
   “O que se revolcara en las sábanas de mi abuela.”.
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